domingo, 10 de agosto de 2014

"Ciudad de Jauja" por Luis Cermeño


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Revista Cosmocápsula número  10. Julio – Septiembre 2014. Cápsulas literarias.


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Ciudad de Jauja


Luis Cermeño




En su calidad de etnógrafo, Rigo devoró varias criaturas antropomórficas que tenían un ligero sabor al chigüiro de la vieja Tierra. Lo que más disfrutaba de estos seres eran los genitales, sobre todo cuando se encontraban en estado de excitación: sabía que cualquier ser con vertebras experimenta placer y dolor, y este acto de desgarrar con sus muelas los genitales erectos no solo se le antojaba atroz sino de una exquisitez incomparable.


Las criaturas se retorcían y gritaban pero, antes de perder toda fuerza, encajaban con sus manospezuñas la boca hasta el fondo de sus sexos para que, ante la presión, el devorador pudiera acomodarse y ejecutar el mordisco que les provocaría el desangre mortal. El rigor mortis de la criatura endurecía aún más el miembro que conservaba la actividad después de arrancado, lo mismo que las colas de la lagartija que siguen en movimiento fuera del cuerpo.


Era la ciudad de Jauja, en la que caníbales y presas habitaban en un estado de reciprocidad. Como horda de criaturas llegaban los futuros engullidos con cuchillos afilados, preparados para enterrárselos ellos mismos, cuanto antes, en los órganos, y así servir de platillos a otra horda de criaturas dispuestas a comerlas con deleite. Lo que más disfrutaban los nativos era el cocido de sesos. Rigo los veía a unos levantarse la tapa de la cabeza para prestarse a servirse de alimento a otras, en apariencia similares, que devorarían con cuchara sus cerebros hasta perder el conocimiento y así morir.


¿De dónde llegaban las presas y quiénes eran estos caníbales que permanecían en Jauja por un milenio, cuando se largaban aparentemente para no volver? La explicación de que las presas eran antiguos ciudadanos de Jauja que regresaban no era cierta, porque después de hablar con “la comida”, el etnógrafo corroboraba que era la primera vez que llegaban allí, deseosos por ser devorados. La analogía con el caso de la antropofagia, en algunas regiones de la antigua Tierra, no aplicaba porque éste promulgaba que una tribu comía a integrantes de otras tribus o la propia, en virtud de adquirir sus atributos (como fuerza o sabiduría). Aquí no se trataba de atributos porque nadie los tenía: eran como una gigantesca masa de carne yendo a la boca de otra gigantesca masa de carne con el único fin de ser tragada.


Los Jaujanos tenían a su favor casi cinco mil años años para vivir cómodamente y todos los recursos a la manopezuña en su comarca, pero debían partir después de procrear para dejar espacio a nuevos caníbales: esto ocurría a los mil años. También era un misterio el paradero de los ciudadanos cuando se iban. Quienes no procreaban permanecían todo el lapso de su vida en la ciudad, por eso se sabía el promedio de su vida.


La ley que parecía regir en Jauja era el viejo y casi olvidado principio de Eros y Thánatos, promulgado por el clásico filósofo terrenal Freud de Moravia, quien era tenido desde hace tiempo como un charlatán después de las críticas del cínico Onfray de Francia, pues todo en esta ciudad se debatía entre la vida de unos y el sacrificio de otros, mediados por el orgasmo.


Como etnógrafo, Rigo era un especialista de la sensualidad. La descripción de las civilizaciones con las que hacía simbiosis y toda clase de experiencias, en las que por lo general el sexo no se disociaba de la gastronomía. Era un xenólogo empirista y solo obedecía a la información que le suministraban sus sentidos afinados por un agudo hedonismo.



Al crepúsculo salió el investigador, que se fundía con su objeto (solo lo delataba una leve diferencia de estatura, era más alto que los nativos), con ansías de depredador sexual. Quería un buen trozo de esos genitales extremófilos para satisfacerse. Se le podría criticar que la elevada empatía con los nativos le apartaba de sus objetivos de estudio.


El académico se encontraba chupando el clítoris a una presa, que daba sobresaltos de agonía, cuando fue interceptado por el idiota de la ciudad. Rigo sabía que este era un tipo de cuidado porque el bobo no conocía, ni tenía porqué hacerlo, la razón de su presencia en Jauja. Al ver su estela estúpida dirigirse hacia él quiso esquivarlo, pero la velocidad de su flujo era mayor que la de cualquier hombre. El rayo imbécil se cristalizó en la figura antropomórfica de un defectuoso Jaujano y así acercó al investigador a su boca.


Ningún ciudadano acudió a Rigo, como antes en similares circunstancias, para apartarlo del apetito del idiota que lo había confundido con una presa. El tarado empezó a deglutirlo como una boa. El empirista sintió hasta la última etapa de la digestión de la criatura: la evacuación. Y, por algún proceso extraordinario de estos seres antropomórficos, la digestión no aniquiló al etnógrafo, solo lo transformó.


La metamorfosis de Rigo lo había hecho pasar de erudito a pedazo de mierda. Creía que no podía tener peor suerte. Era una porquería que conservaba su conciencia. Pero no fue sino con esta forma que pudo penetrar en el secreto de la civilización Jaujana, que había permanecido como un misterio para toda la ciencia socialestelar de ese entonces.


Él, convertido en cagada, era una de las razones por la que los Jaujanos habían erigido su ciudad. Con él, intercambiaban mercancía, hacían ofrendas e iniciaban guerras. Gracias a su forma escatológica, que le permitió el contacto con los pensadores de la ciudad, comprendió la evolución de los Jaujanos: provenían directamente de los animales que se conocían como cerdos, solo que en su planeta, a diferencia de la Tierra, no se habían atropellado por creencias religiosas y se les había permitido evolucionar y crear comunidades. Alguna lejana relación sexual con los humanoides de su planeta y algunos roedores, les había hecho mutar a su forma actual.


Con el transcurrir de los años Rigomierda se había hecho un pesado y sabio pedazo de excremento. Empezó a notar que ya no circulaba de igual forma en la ciudad, como cuando era una versátil masa de caca apreciada por su capacidad de fluctuación. De repente estaba en un cohete porque su taza de cambio tendía a la baja.


Mientras más se alejaba del planeta en que estaba la ciudad de Jauja, Rigomierda se sentía menos preciado. Todo su valor se desplomaba y , al mismo tiempo, se volvía más pesado. Llegó a planetas con colonias de Jaujas, pero aquí no se encontraba nada del esplendor de la civilización original. Extrañaba las grandes obras de la cultura a la que su forma daba acceso, los pensamientos que se permitían los ciudadanos mientras lo acariciaban.


En cada planeta sentía que su masa se endurecía. Cada civilización nueva abandonada por los Jaujas era más horrenda para su gusto. Como comunidades echadas a su propia suerte en medio de la desolación de una gran diarrea. Rigomierda sentía que a pesar de irse solidificando no tomaba forma, ni de humano ni de Jaujano, solo era un desecho de un idiota que lo había tragado y defecado sin haberle dado la gracia de la destrucción. En adelante, ese cretino era su Dios. A él le debía su nueva vida.


Rigomierda, expulsado de todos los planetas por su déficit astronómico, adquiría la forma de un cometa y vagabundeaba por el cosmos. En la excursión de miles de años luz por todo el Universo, se enteraba de la existencia de otros universos, unos mejores, otros peores, según le iban comentando los viajeros de dimensiones con los que contactó. Supo por ellos que las presas que llegaban a las bocas de los nativos Jauja eran seres de dimensiones paralelas que anhelaban vivir para siempre en la mierda de la eternidad.


Todo el Universo biológico era una mierda que se extendía hasta los últimos confines de la materia. Rigoastro pensó en uno de los fragmentos encontrados de un extraño hombre de la Tierra, conocido como Lem de Polonia, en el que exponía la tesis del Cosmovertedero: no era más. Esto llamado vida era un cagadero en circunvoluciones que a veces tomaba formas de conciencia y otras de bestialidad.


Por fin Rigoastro encontró un Agujero Blanco. Para pasar a través de él tuvo que devorarse para después vomitarse a sí mismo. Creó un Universo propio y se transformó en Rigodios. Supo que el Cosmos era un campo de excreción. Lo mismo que La Condena de Kafka, todos los elementos creados se trataban de un padre tratando de aplastar a su hijo con su propio aplastamiento. Cabezas inclinadas y humilladas, expulsadas de todo rincón del cielo, que aplastan su futuro porque este es su frustración.


Rigodios esperó hasta que nació la ciudad de Jauja, se precipitó hacia ella, y fue devorado, nuevamente, por un idiota.




Luis Cermeño nació en Saravena (Colombia) en 1981, es escritor de fantasía y ciencia-ficción. Fue becario en el programa de residencias para el desarrollo de proyectos avanzados en tecnologías en Escuelab, Lima. En esta residencia creó la Plataforma Experimental Futurista Con-textos Alternos y el primer Concurso Escolar de Cuento Yo Soy el Robot, Lima 2010.  Gestó independientemente el grupo de discusión Futugramma, realizado en Bogota en el 2012 y en Quito 2013.  Ha publicado los libros “Noches de Oriente” (Ed.Norma. Bogotá, 2009); .    “Álgebra Pyhare”, Cermeño, Escovar (Felicita Cartonera. Asunción, 2010); “Tríptico de Verano y una mirla”, Cermeño,Escovar, Marsella (Ed. EL Zahir. Bogotá, 2011 – Cinosargo Ediciones. Arica, Chile 2012). Participó en la Wiki Novela DESENCUENTROS. La vida en Clave Hipertextual, varios autores. (Formar Digitar):  Primer lugar, en el concurso Game Over con el cuento “Té Vespertino”, escrito junto a Felipe Escovar (publicado en Antología del videojuego Game Over. Cinosargo Ediciones, Chile 2012). Es co-editor del Portal: http://milinviernos.com/  Además es miembro del equipo de bloggers en español de Amazing Stories.





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