jueves, 14 de agosto de 2014

"Los Amos" por Daniel González


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Revista Cosmocápsula número  10. Julio – Septiembre 2014. Cápsulas literarias.


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Los Amos


Daniel González




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“Alien Base-51″ por Prokhoda en Deviantart.com. Licencia Creative Commons Attribution 3.0. 



En realidad no sabíamos su verdadero nombre o de donde provenían. Desconocíamos como se llamaba su mundo de origen y no teníamos forma de comunicarnos con ellos. Personalmente no tengo muchos detalles de cómo fue su llegada a la Tierra pues nací varias generaciones después de ello. Mis padres me contaron por tradición oral que aquellos seres arribaron a la Tierra a través de un abismo en el cielo que conectaba con el infierno.


Los llamábamos los Amos. Su aspecto era aterrador. Eran gigantes, mucho más grandes que un ser humano, medían lo que seis hombres adultos. Tenían diez patas similares a las de un insecto y cuatro extremidades superiores parecidas a pinzas. Su cuerpo rugoso y viscoso estaba recubierto por un caparazón similar al de un escarabajo enorme y tenían una cabeza alargada y picuda con mandíbulas como de tarántula y cinco ojos negros y redondos totalmente inexpresivos. Se comunicaban entre ellos por extraños sonidos como chasquidos y la comunicación entre nuestras especies nunca fue posible.


 


Nací en una jaula junto a mis padres. Ellos nunca se amaron ni pudieron elegirse como pareja, pues los Amos simplemente colocaban a las mujeres en cuanto alcanzaban la pubertad junto con sementales de cualquier edad, mientras fuera una reproductiva, con la finalidad de que se aparearan. Si el número de estos sementales escaseaba, que era muy común, las mujeres eran inseminadas artificialmente en laboratorios por medio de dolorosas inyecciones.


 


La jaula donde crecí estaba ubicada en una enorme edificación de dimensiones enormes administrada por los Amos y estaba saturada de personas de todos los sexos y edades. El espacio era muy limitado y la cantidad de individuos demasiado grande. La comida y la bebida que nos daban era insuficiente y los conflictos por acaparar dichos víveres eran comunes y, en muchos casos, violentos. Tampoco era inusual que hubiera peleas por las mujeres.


 


Los momentos más horribles se daban una vez cada seis lunas, aproximadamente. Algunos de nosotros eran seleccionados y llevados hasta un área del criadero donde los Amos, ignorando las súplicas y ruegos de los condenados, procedían a degollarlos y extraerles la sangre para luego despellejarlos y destazarlos, preparando su carne para el consumo. En algunos casos, ya fuera por negligencia sádica o por ineficiencia simple, muchos condenados no morían por los cortes en el cuello o nunca los recibían y padecían el ser desollados y mutilados vivos. Sus gritos resonaban horriblemente llenándonos de pavor y maldiciendo nuestra existencia. Arrepintiéndonos de haber nacido. Preguntándonos ¿qué hicimos los humanos para merecer esto? Así murieron mis padres.


 


Mi escape se dio por razones completamente casuales. Los Amos no eran infalibles y en cierta ocasión una disputa surgió entre dos de ellos que se pelearon airadamente y se agredieron hasta que uno tropezó y destruyó la jaula aplastando a varios de mis congéneres, pero otros pudimos correr y escapar. El disturbio provocado por el monstruo al tropezar distrajo la atención lo suficiente como para que yo me escondiera entre los recovecos de la granja y, cuando oscureció, partí de inmediato.


 


La civilización humana había sido completamente barrida. Todas nuestras ciudades y estructuras arquitectónicas fueron devastadas hasta ser sometidas al olvido. Solo quedaban los recuerdos que nos transmitían nuestros padres sobre legendarias ciudades y centros urbanos ya olvidados y destruidos. Ahora, aquellos seres habían convertido la Tierra entera en algo parecido a un gigantesco panal metálico. Su arquitectura era horrible, al menos a mis ojos, pues parecían fierros retorcidos y picudos entrelazados formando extrañas estructuras cónicas y trapezoidales. Así eran sus extensas ciudades oscuras.


 


Me oculté entre los escondrijos cuidando de no ser encontrado. Los Amos recorrían sus ciudades aparentemente sin percatarse de mí. Viví largo tiempo subsistiendo miserablemente entre las cañerías de sus ciudades alimentándome de sus desperdicios. Observé que algunos de ellos tenían un extraño pasatiempo en donde colocaban a dos hombres dentro de un cerco a que se golpearan entre ellos hasta que uno de los dos (o los dos) terminara incapacitado para seguir peleando o muerto, mientras ellos observaban la contienda.


 


Aquellos horribles túneles oscuros y pestilentes se habían convertido en mi hogar. Los atravesé por extensas distancias y en ocasiones curioseaba por entre sus agujeros. Uno de estos túneles conectaba con un laboratorio científico y lo que vi allí no lo puedo describir… solo digamos que las cosas tan espeluznantes que aquellas criaturas perpetraban en nosotros para comernos eran menos espantosas que las torturas y suplicios que infringían a desgraciados humanos de todas las edades en sus morbosos experimentos científicos. Pude observar, además, cómo estaban experimentando con mezclar a los humanos con otras especies, convirtiéndolos en genuinos monstruos, muchos de los cuales terminaban viviseccionados.


 


Aquellas visiones tan terroríficas me enfermaron. Decidí apartarme lo más posible de aquellos demonios y me alejé mucho… realmente mucho. Transité por días y días a través de las cloacas y los oscuros y sucios túneles hasta terminar agotado. Aquella monstruosidad urbana nunca terminaba y en uno de mis viajes el suelo debajo de mí se quebró y me encontré a mí mismo cayendo en la oscuridad dentro de alguna antigua bóveda.


 


Debo haber perdido el conocimiento al caer pues desperté varias horas después. La luz era tenue pero mis ojos se acostumbraron y pude observar que me encontraba en las ruinas de una ciudad subterránea, una de las antiguas ciudades de la humanidad enterrada por los Amos cuando estos invadieron el mundo y crearon su propia versión de la civilización.


 


La luz se filtraba a través de grietas en el techo y pude contemplar los vestigios ruinosos de alguna antigua metrópoli de mis ancestros, ya olvidada. Caminé por aquellas calles hasta llegar a una fuente de aguas cristalinas donde pude asearme tras días de deambular en las alcantarillas de los monstruos.


 


Luego caminé hasta llegar a lo que parecían los restos de un enorme edificio diseñado probablemente para fines gubernamentales o militares ya que estaba fuertemente blindado, pero aún esa enorme estructura languidecía ahora como un monumento a la derrota humana. Ahí dentro recorrí sus oscuros pasillos hasta escuchar una misteriosa conversación de voces humanas. Corrí hacia el origen del sonido deseoso de toparme con otros de mi especie pero llegué a una extraña recámara empolvada y repleta de papeles, donde un gigantesco monitor conectado a una máquina de las que mis padres me habían hablado (computadora era su nombre) seguía funcionando y transmitiendo una y otra vez un video muy antiguo. Hasta entonces había siempre pensado que aquellas máquinas mágicas que mencionaban mis padres eran un mito.


 


La lengua que hablaban aquellos seres cuya imagen se proyectaba por medios desconocidos para mí en esa pantalla, no era idéntica a la mía, pues tras muchos años había sufrido variantes, pero sin duda era ancestral al idioma que hablaban mis padres y que me fue enseñado. La escuché atentamente y pude descifrar con relativo esfuerzo lo que decían.


 


Lo que vi fue a un científico anciano y barbado hablando con una presentadora atractiva sobre la situación que se estaba dando en la Tierra cuando los Amos llegaron por primera vez.


 


Hasta donde sabemos –dijo el científico— viajan por medio de agujeros negros que han logrado dominar y crear artificialmente permitiéndoles un viaje interestelar seguro.


 


¿Agujeros negros?” pensé “¿Eran esos los abismos de entrada al infierno que mencionaban mis padres?”.


 


¿Por qué nos atacan? –preguntó la entrevistadora— ¿han intentado comunicarse con ellos?


 


Hasta donde hemos podido descubrir han conquistado miles de planetas en todo el universo. Eso lo sabemos por transmisiones que hemos interceptado de ellos donde hemos visto que tienen un vasto imperio intergaláctico. Por lo demás, no sabemos cómo comunicarnos con ellos pues no se comunican por medio de palabras. Desconocemos cómo funciona su lenguaje.


 


Hemos escuchado rumores terribles sobre estas criaturas como que desean esclavizarnos, comernos y torturarnos. Nos tratan como animales… ¿no saben que somos seres inteligentes?


 


A raíz de lo que hemos logrado descifrar de sus videos y la forma en que tratan a los humanos que han caído prisioneros, es que no nos consideran inteligentes o al menos no están seguros.


 


Pero ¿cómo es posible? ¡Hemos construido una civilización! ¡Ciudades enormes!


 


Las termitas y las hormigas construyen complejas estructuras donde viven millones de individuos en una muy eficiente y exitosa forma de organización. ¿Las consideramos seres inteligentes por ello?


Luego el video volvía a empezar.


 


Al girarme me sorprendió la presencia de una figura observándome desde las sombras. Poco después se acercó y pude ver que se trataba de una hermosa mujer joven, aunque ojerosa, pálida con el cabello despeinado. Vestía harapos, pero su esbelto cuerpo se adivinaba debajo.


 


Una vez que aquella joven descubrió que yo no era un peligro, me llevó hasta su refugio situado en un edificio repleto de viejos y apergaminados libros que ya nadie sabía cómo leer. Allí tenía una cama hecha de escombros y andrajos y algo de comida que había recolectado de los antiguos almacenes y animales que había cazado entre los escombros. Había mantenido en funcionamiento aquella computadora como si fuera un deber religioso. Me ofreció algo de su alimento. Aunque debo admitir que yo no deseaba solo la comida. Quería estar con ella, pero todos mis esfuerzos por convencerla fallaron. Siempre se negaba a mis acercamientos sexuales. Me tomó de la mano y me sacó de la biblioteca. Me llevó hasta un edificio con forma pentagonal donde con horror observé el cadáver casi momificado de uno de los Amos. La criatura estaba pegada a la pared y tenía ofrendas de alimentos y animales sacrificados a sus pies. La joven se lanzó al suelo haciéndole reverencias como si fuera un dios.


 


No supe que relación habían tenido. Quizás ella fue como una mascota. Por las leyendas que escuché, sabía que los humanos tuvieron animales de compañía que habían sido domesticados y podría ser que alguno de los monstruos probó haciendo lo mismo, o quizás aquel ser simplemente estaba muerto antes de que ella llegara y lo confundió con un dios, o tal vez veía a todos los Amos como dioses. Y ¿por qué rechazaba mis acercamientos sexuales? ¿Por culpa de esa criatura? El caso es que al observarla adorando a ese ser que yo tanto odiaba, que tanto dolor y sufrimiento me había causado a mí, a mis padres y a toda mi especie, al reverberar en mi cerebro los gritos de mis padre siendo desollados vivos… una ira febril se posesionó de mí. Ante mis ojos aquella mujer era una traidora, una servil esclava a los enemigos de mi raza.


 


Tomé una piedra y la golpeé. Una vez tirada sobre el piso continué aporreándole la cabeza una y otra vez hasta hundirle el cráneo y sacarle los sesos, y tras hacerlo, me arrepentí.


 


El cadáver lánguido de aquella joven yacía sobre el suelo a los pies de su dios o su dueño. Lancé lejos la piedra manchada de sangre y cerebro con pulso tembloroso y me alejé del cuerpo consumido por la ira. Yo era un monstruo también, después de todo.


 


Y, tras eso, solo me restó abocarme a leer los libros contenidos en el edificio que después supe era llamado Biblioteca, aunque me tomó mucho tiempo aprender a descifrarlos, estudiar aquel antiguo lenguaje aprendiéndolo de los libros infantiles hechos para enseñar a los niños a leer y ver los videos guardados en la computadora que probablemente había sido reparada por el Amo que la chica adoraba como una divinidad, pues no creo que ella hubiese tenido el conocimiento o destreza para hacerlo. ¿Qué había motivado a aquel alienígena a alejarse de los suyos? ¿A estar junto a una humana escondido en las tinieblas del subsuelo en una ciudad muerta? Supongo que nunca lo sabré.


 


Quizás soy el último humano libre. El último guardián de lo que resta del saber humano. Quizás sea, simplemente, un animal salvaje. Mi especie está condenada como lo estoy yo también, pues las fuentes de alimento ya casi se terminan y no sé como cazar. Aligeraré mi sufrimiento con una muerte rápida y legaré este escrito como un testamento, un testamento de una especie que ya era decadente antes de la llegada de unos seres que nos consideraron inferiores, y que nos vieron como fuente de alimento y diversión. Un triste e irónico final para la infortunada humanidad.




Daniel González Chaves nació el 3 de noviembre de 1982 en San José, Costa Rica y ha vivido toda su vida en el cantón de Tibás. Estudiante de psicología en la Universidad Nacional, fue regidor de la Municipalidad de Tibás en el período 2006-2010.


Publicó su primer libro, la novela de terror y ciencia ficción Un grito en las tinieblas; la vida de Zárate Arkham en el 2010 por medio de la Editorial UNED, ha publicado diversos cuentos de ciencia ficción en revistas como Sci-Fdi de la Universidad Complutense de Madrid y la revista argentina Axxón. Participante en la antología de cuentos de terror Penumbras de la Editorial Club de Libros con su cuento La niña que viajaba sola a la escuela, y en la antología de ciencia ficción de la UNED con el relato Sofía. En el 2013 publicó su segunda novela Lágrimas de guerrera de género épicocon la Editorial Clubdelibros.


 





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