viernes, 13 de febrero de 2015

"Sui generis" por Alejandra P. Demarini



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Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.


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Sui generis


Alejandra P. Demarini



Ilustración por José Jorge Jaramillo. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Perfil de Facebook

Ilustración por José Jorge Jaramillo. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Perfil de Facebook 



El ascensor llegó a su destino luego de casi cinco minutos de descenso. Las puertas se deslizaron a los lados del cilindro de vidrio templado, y un hombre alto, de impecable traje y cabello entrecano ingresó en el laboratorio.


Era un ambiente que parecía no tener fin, bañado por una luz blanca azulada. El hombre hizo un gesto de desagrado ante el olor a antiséptico y desinfectante, el lugar apestaba a limpio. Perderse en ese laberinto níveo era fácil, pero él ya conocía el camino de memoria: de frente por el pasillo de súper computadoras, a la derecha en los monitores del colisionador de partículas, otra vez derecha en el gran rayo cuya función prefería desconocer, y seguir el río de cables hasta el olvidado almacén de suministros obsoletos.


Ya era muy tarde en la noche, así que nadie lo vería entrar y no salir, pues al fondo, en donde debería encontrarse solo la pared, había un panel oculto tras una loseta suelta, y el código de acceso era conocido únicamente por él y el sujeto que lo esperaba del otro lado.


El doctor Morris parecía al borde de la histeria cuando lo llamó hacía media hora, dijo que su experimento había sido un éxito, que revolucionaría el mundo, que cambiaría el curso de la historia de la humanidad. Hubo un tiempo en el que al hombre le hubiera importado más la cantidad de ceros que tal experimento pudiese poner en su cuenta bancaria, pero eso fue antes de ver con sus propios ojos, y no solo en reportes, el colapso de la civilización por lo que los ecologistas gustaban de llamar “les dijimos que los recursos del planeta no eran eternos, malditos infelices”. Luego de eso, la humanidad se tornó un poco más interesante, sobre todo porque su imperio de ingeniería biológica y física aplicada era uno de los pocos que aún se mantenían en pie.


Más le valía a Morris tener algo bueno.


La palabra que mejor describía el cuarto al que accedió era “caótico”. El escritorio había sido arrimado sin ceremonia contra la pared izquierda, sirviendo de estante para un montículo de libros y papeles, la pizarra de la derecha era un pandemonio de fórmulas, y varias piezas de equipo estaban esparcidas sin sentido por el suelo; al fondo se erguía una cápsula de unos dos metros, con un sinfín de cables conectándola a la maquinaria.


¡Director Magnusson! Gracias por venir a estas horas.


Lo que el hombre creyó que era una pila de ropa frente a un ordenador, resultó ser el robusto y chaparro doctor Morris, desarreglado y un poco jorobado por la edad.


Nada de gracias, Morris, ¿qué otra cosa podía hacer si llamaste con semejante urgencia? ―respondió Magnusson, abriéndose camino hasta el doctor ―Conociéndote, pensé que estabas delirando por la falta de sueño y aire fresco. Otra vez.


Oh, pero ésta va en serio, Magnus ―Morris se paseaba, espídico, de un monitor a otro, revisando apuntes y consultando libros ―. Este último proyecto me ha regresado, con creces, todo mi esfuerzo.


Magnusson suspiró con impaciencia.


Morris, las personas normales necesitamos dormir, ve al grano.


El doctor asintió con una sonrisa frenética, yendo al mando al lado de la cápsula.


Solo observa, Magnus.


Morris accionó un botón y la cápsula empezó a abrirse. Por un momento, la habitación quedó sumida en luz y vaho, hasta que Morris ajustó los controles y se pudo ver el contenido. Era apenas metro y medio de un cuerpo delgado, de una palidez inhumana que parecía resplandecer, al igual que su corto y fino cabello. Al abrir los ojos, mostró su inexpresiva mirada gris.


Permíteme que te presento a A-001, “Ángel” para los amigos.


Morris le dio una palmada en la espalda a su compañero, con el pecho hinchado de orgullo, y Magnusson necesitó de unos segundos para salir de su asombro.


Es… impresionante, Morris ―dijo por fin.


¡Por supuesto que lo es! Ángel es la máxima expresión de la manipulación genética, su ADN está libre de enfermedades y defectos congénitos, resistente al noventa y nueve por ciento de bacterias y virus, y capaz de desarrollar inmunidad al uno por ciento restante; además, sus células están diseñadas para regenerarse cada cierto tiempo, dándole un lapso de vida indeterminado.


El doctor se acercó a Ángel para realizarle los controles de rutina, mientras Magnusson recuperaba su porte.


Siempre te he dado luz verde sin cuestionar, Morris, porque sé que debajo de toda esa locura hay genialidad, y ahora que lo veo… bueno, había empezado a dudar luego de tus últimos experimentos.


¡Ah! ―el doctor se le acercó hasta quedar a solo unos centímetros ―Es porque mis anteriores experimentos intentaban ayudar a la humanidad desde adentro pero, así como el planeta, el banco genético humano ya no tiene nada que ofrecer. ¡La especie está condenada! Y es ahí donde Ángel entra en acción.


Mientras Morris continuaba con sus apuntes, Magnusson se fijó en la creación una vez más. Ángel estaba de pie, sin incomodidad alguna ante su propia desnudez. Fue entonces que el hombre reparó en un detalle.


Ángel es andrógino.


Casi, pero no. Es completamente asexuada, ni varón ni hembra. ¡La primera y la última!


¿Cómo sabes que es mujer?


¿Qué te acabo de decir? ¡No lo es! Elegí el sexo al azar, ¿prefieres el otro? De cualquier forma, Ángel será el padre y la madre de un nuevo eslabón en la evolución humana. ¡Él es la salvación de la especie!


Me da igual cómo la llames, preferiría que me explicaras cómo puede ayudarnos un ser incapaz de reproducirse.


Ángel es mi sujeto de pruebas, quiero asegurarme que todo le funcione a la perfección antes de la fase dos. Las personas no pueden permitirse más errores genéticos.


¿Fase dos?


Sacando la pizarra del camino, Morris reveló una gran pantalla que encendió, mostrando el enajenamiento que gobernaba en el grueso de las otrora metrópolis. Magnusson fue al lado del doctor, y descubrió a Ángel haciendo lo mismo, mirando con inocencia el mundo al que había sido traído.


Magnusson podía ser frío y calculador en muchos aspectos de su vida, incluida su moral; no obstante, sin importar su relevancia científica, lo que él veía en Ángel era una criatura. Así que se quitó el saco y se lo puso en los hombros, ganándose una sonrisa. Su pequeña figura se perdía dentro de la rica prenda de diseñador. La voz de Morris lo trajo de nuevo a la realidad.


Son injertos, Magnus. La fase dos es crear versiones masculinas y femeninas de Ángel, que procrearán con los mejores representantes de la especie humana, salvándola de la extinción.


Entonces sonó la alarma, resonando con fuerza en todos los ambientes y obligando a los presentes a cubrirse los oídos.


Al acto, Magnusson salió del cuarto secreto y corrió por el laboratorio hasta los monitores, con Morris y Ángel detrás de él. Una vez frente las pantallas, el director accedió a la red de vigilancia interna y pudo ver a sus guardias sometidos por un gran grupo de vándalos con pasamontañas, y armados con primitivas combas, fierros y palos que penetraban más y más en las instalaciones.


Magnusson, por segunda vez en lo que iba de la noche, no podía creer lo que veía.


Lo sabía ―dijo Morris.


¿Sabías? ¿Qué? ―en su desesperación, Magnusson tomó al doctor del cuello de su bata blanca ―¡¿Qué sabías?!


¡¿Por qué crees que te pedí un laboratorio oculto?! Vengo trabajando en Ángel por más de un año en el más absoluto secretismo, porque la envidia, Magnus, ¡la envidia!


Magnusson no lo soltaba, pero su furia se transformaba poco a poco en desconcierto.


Mi proyecto se empezó a filtrar ―continuó el doctor, con una sonrisa cada vez más maniaca en el rostro ―, y esos muchachitos ―señaló la pantalla ―, ellos deben de haberse enterado de la fase tres. ¡Oh, Magnus, no podía arriesgar ser interrumpido por tontas investigaciones y procesos inútiles! No te preocupes, viejo amigo, siempre puedes decir que no sabías nada, tuve mucho cuidado de no mencionarte ni de usar ningún registro oficial de la compañía.


El director lo soltó en cuanto empezó el ataque de risa de Morris, retrocediendo, presa ya del miedo al ver al doctor desquiciado y escuchar a los invasores llegando al laboratorio. Gracias al precario estado de sus nervios, tuvo que contener un grito cuando fue sobresaltado por una pequeña mano asiendo su muñeca.


Estarán aquí pronto ―dijo Morris, pareciendo casi ansioso por el arribo de los revoltosos ―. Sabes lo que vale Ángel y lo que le harán si le ponen las manos encima, Magnus. Yo ya acepté mi destino y he cumplido con mi misión al brindarle una buena nueva al mundo.


Morris fue presa de otra carcajada histérica pero, a pesar de la presión de la mano de Ángel, temeroso ante la situación y el estado de su creador, Magnusson no atinaba a moverse, no aún.


¿Q-qué es la fase tres?


Amigo Magnus, una vez que la nueva generación de humanos mejorados esté lista para reclamar el control del mundo, ¿qué crees que se podría hacer con aquellos que no calificaron para el programa de reproducción selectiva? ―la mirada del doctor por poco le hace retroceder otro par de pasos ―Como dije, la humanidad no puede permitirse más errores genéticos.


Magnusson no tuvo oportunidad de expresar su repulsión ante el plan de Morris, ya que segundos más tarde, escuchó la puerta siendo forzada. Sin pensarlo, el director tomó a Ángel en brazos y corrió de vuelta a la habitación secreta.


¡Cuídala, Magnus! ―escuchó el eco de la voz de Morris ―¡Es la única que salvaguarda mi trabajo!


La cacofonía de voces que repicó con la alarma le indicó a Magnusson que ya era muy tarde para Morris pero, con algo de suerte, el enredo que era el laboratorio les brindaría tiempo. El director cerró la puerta detrás de él y se recostó en ella, sudando con la respiración entrecortada, tratando de pensar en qué hacer. Seguro que la policía estaba en camino, y era un hecho que sus abogados necesitarían un aumento por el trabajo que les esperaba los siguientes meses. Sin embargo, en ese momento, su mente debía fijarse en ese pequeño ser que lo veía con intensidad, confundido y asustado.


¿Es cierto lo que dijo Morris? ―preguntó, poniéndose de cuclillas frente a ella ―¿Tú sabes dónde está su investigación?


Quizás la fase tres haya sido inconcebible incluso para él, pero Magnusson debía reconocer la brillantez detrás de la idea.


Ángel asintió. Perfecto. Tenía que proteger esos datos, la mayor parte debía de estar en esa habitación, pero Morris no confiaba en nada ni nadie, ni siquiera sus propios equipos (con algo de habilidad, cualquier hacker puede violarlos, solía decir) y, si confiaba en Magnusson, era porque necesitaba un mecenas o, como en ese caso, un socio que continuara su obra. Así, solo el ser que creó con sus propias manos había sido digno de saber dónde estaba todo.


El hilo de sus pensamientos se perdió cuando escuchó el alboroto que se estaba llevando a cabo. Estaban dispuestos a destruir el laboratorio, y el trabajo de Morris estaba oculto ahí afuera.


No salgas por ningún motivo ―le indicó a Ángel antes de retirarse del ambiente.


Apenas tuvo tiempo de esconder el tablero detrás de la loseta antes de ser descubierto.


¡Miren lo que encontramos! ―gritó uno de los perpetradores ―Avísenle al jefe que el director en persona estaba escondido en un armario, el muy cobarde.


Magnusson hizo toda una puesta en escena de su indignación, pero no opuso mayor resistencia cuando lo maniataron y se lo llevaron con ellos.


Parece que llegamos a tiempo ―anunció el que dirigía el atentado ―. Nuestras fuentes resultaron ser confiables, aún no habían empezado, pero no podemos correr riesgos.


Uno de sus hombres alzó la voz.


¿No puede hacerse de otra forma? Magnusson no era parte del plan, ¡seguro que todos acabaremos en la cárcel!


¡Es un pequeño precio a pagar por evitar que los poderosos sigan jugando a ser dioses!


La mayoría estuvo de acuerdo con el líder, y pronto a Magnusson se le heló la sangre cuando vio sus preciosos equipos ser destrozados y sus archivos quemados. Estaban borrando toda huella del proyecto. Su lucha se tornó real, movido por el horror de lo que estaba viendo, de lo que esos idiotas estaban haciendo, de lo que significaba, pero de nada le sirvió; y fue con amarga resignación que tuvo que presenciar cómo el magnum opus de Morris se perdía para siempre.


Una vez que estuvieron satisfechos con su obra, los maleantes comenzaron la retirada. Magnusson era poco más que un peso muerto al que tuvieron que llevarse a rastras. Vagamente captaba fragmentos de conversaciones, que los federales los esperaban afuera, que si era una situación de rehenes, que los androides ya entraron… El director nunca creyó que llegaría el día en que no le importarían sus detrimentos millonarios, había perdido algo mucho más valioso.


Buscando el consuelo de saber que al menos Ángel se había salvado, el director alzó la mirada hacia el almacén. Parecía que la súbita calma le había indicado al sujeto de pruebas que era seguro asomarse, por lo que sus miradas se encontraron.


Magnusson no sabía qué reacción esperaba ver ante el descubrimiento de la investigación de su creador borrada de la faz de la Tierra, pero ciertamente no era una sonrisa. Poco antes de ser extraído del laboratorio, el director vio a Ángel asir el saco con una mano, ocultando su luz, y posar el índice de la otra en sus labios, pidiéndole guardar el secreto, para luego, con una expresión pícara, llevar dicho dígito a su sien y darse un par de toquecitos en la cabeza.


Con que, ahí estaba la investigación. Morris era un maldito genio.


Los extremistas creyeron que el hombre había perdido la razón cuando estalló en carcajadas, volveré por ti, mascullaba, sintiendo los ojos llenársele de lágrimas, y casi podía escuchar la voz de Morris en su cabeza.


¿Ves? De una forma u otra, será el padre y la madre de la nueva humanidad.



Alejandra P. Demarini (Lima-Perú, 1989). Bachiller en psicología de la Universidad Ricardo Palma, autora de la novela fantástica juvenil El castillo extraño, de Ediciones Altazor. Reside actualmente en la ciudad de Lima, en donde trabaja en su segunda novela, así como varios cuentos cortos.





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