miércoles, 26 de noviembre de 2014

"MARÍA 2" por Fernando Cañas Mora


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Revista Cosmocápsula número  11. Octubre – Diciembre 2014. Cápsulas literarias.


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MARÍA 2


Fernando Cañas Mora




Saturno. NASA.

Saturno. NASA.


 


-¡Despierta cariño! -Juan, lentamente abría los ojos doloridos. Poco a poco, despertaba del letargo inducido y sentía como la figura borrosa, enfrente de la cápsula abierta, cogía la mano para acariciarla- Dentro de poco saldremos del hiperespacio. Según los datos del navegador estelar, ya estamos cerca del Enclave Saturno.


-¿María, cuánto tiempo ha pasado? -conseguía pronunciar, después de varios amagos en los que sólo movió los labios sin articular palabra.


-Seis meses… Si vieras tu barba y pelo, pareces un náufrago -reía, mientras le alborotaba el cabello con los dedos- Aséate y cuando estés listo ven al puente de mando -dijo desde el umbral de la compuerta del habitáculo- ¡Por cierto! Ahí te dejo la bebida isotónica -le recordó, antes de salir al estrecho corredor de la nave espacial.


Juan se incorporó despacio hasta que se sentó en la cápsula criogénica. Bajo la tenue luz de los fluorescentes, pudo distinguir la cabina de ducha en la esquina, seguido del lavabo con la preciada botella, así como el espejo y el armario con la ropa y los objetos personales. Momentos después del aseo, afeitarse y haberse cortado el pelo con la maquinilla láser, se puso el uniforme para abandonar la habitación.


-¿Pero qué demonios? ¡Computadora, luces y música! -las luces rojas del estrecho corredor se hicieron gradualmente blancas, al mismo tiempo que su artista favorito comenzaba a sonar. Por un instante permaneció embelesado junto a uno de los ventanales redondos, observando pasar las estrellas como infinitas estelas luminosas, percibía el leve balanceo de la nave estelar. Seguidamente dio media vuelta y anduvo hasta que situó el rostro delante del lector del habitáculo contiguo. Una vez que la luz escaneó sus retinas y confirmó la identidad del sujeto, la puerta acorazada se fue abriendo despacio. Aquella cámara de seguridad guardaba los “tesoros” acumulados durante treinta años de viajes por el espacio profundo. Los comercializaría en el Enclave Minero Saturno y conseguiría, sin duda, una fortuna por éstos. Todo, gracias al mapa que un anciano borracho le cambió por una botella de alcohol, en una de las turbias cantinas del mismo Enclave, al cual, ahora regresaban.


Juan abría la tapa del primer contenedor de la pared. Observó el mineral cristalino Eco, dispuesto en un soporte. Fue conseguido en el Satélite Geoda, a varios años luz del Sistema Solar.


-María, te empleaste a fondo al pilotar la nave por la estrecha fisura del asteroide ¡Por ti, cariño! -brindó a la megafonía.


Siete minutos para abandonar la velocidad Luz” -respondía por el altavoz, mientras Juan propinaba un buen trago a la bebida.


-Cuando ocupaba el puesto del copiloto, tras tu asiento -continuó-, desde de la cabina con las placas de protección desarmadas, pude observar como lentamente sorteamos los afilados cristales de rocas, realizando maniobras inverosímiles, incluso para mi experiencia de piloto. A pesar de tu extraordinaria destreza, María, la nave sufrió algún rasguño en el fuselaje antes de alcanzar la gruta del subsuelo. Aterrizamos junto a una de las colosales columnas pétreas que sostenía la techumbre y apagaste los motores para evitar el posible derrumbe de la zona. Una vez que me puse el traje de astronauta, abandoné la nave para seguir la ruta del Mapa por aquel ambiente hostil para los humanos, gracias a la visión nocturna y los sensores de exploración del casco, pues la emisora no funcionaba debido a las interferencias electromagnéticas de la Géoda, y con la única compañía de mi respiración. El serpenteante sendero de afiladas aristas sobre el desfiladero en brumas, me llevó hacia la formación de mineral dorado. Escalé la montaña cúbica hasta coronar la cima y llegar al poblado de seres extraterrestres -relataba en voz alta- ¡Como indicaba el Mapa, allí estaban los malditos aborígenes! Criaturas de piel verde, ciegas, y de magníficos oídos. Feos, como enormes sapos que se erguían sobre sus patas traseras… Intenté comunicarme con ellos por todos los medios, negociar y cambiar su preciado mineral, Eco, por algunas de mis mercancías, pero me atacaron primero… lo juro… con sus lanzas y armas punzantes… ¡No tuve más remedio que desenfundar la pistola de energía con silenciador y defenderme! -introdujo el brazo en el recipiente y rozó el racimo de cristales.


Éstos vibraron y Juan pudo escuchar los sonidos cósmicos atrapados, desde grabaciones Terrícolas lanzadas al infinito, hasta que sonaron conversaciones alienígenas de otros mundos. Sin embargo, cuando surgieron los gritos ahogados de aquellas criaturas, feas como sapos, se apresuró a cerrar la tapa.


Seis minutos para abandonar… “-anunciaba la megafonía. Juan dio un paso lateral para abrir otro recipiente y deleitarse con la exótica flor de Luna Selva, cultivada en lecho de tierra, cuya fragancia sería muy cotizada por las clases pudientes de la sociedad humana.


-Justo en el corazón de una colonia de insectos gigantes, como no pudo ser de otra manera. Juntos en esta ocasión, nos adentramos por las galerías del hormiguero con las armaduras militares puestas y todo el armamento disponible -dio otro generoso trago y situó la botella delante del rostro para ver que estaba medio vacía- Gastamos mucha munición contra todo lo que se movió, en particular los malditos bichos “soldados“, pero fueron las tenazas de la “reina” las que me amputaron la pierna… Y la vida, si no cuento con tu extraordinaria puntería, María -soltando fuertes carcajadas, se frotaba la pierna robótica.


Cinco minutos…” -resonaba por megafonía.


Juan pasó al siguiente recipiente y observó el collar de perlas lumínicas, inmerso en agua salada que burbujeaba.


-¡Por los créditos! -brindó al aire- ¡Y el Planeta Líquido! Gracias a todos los Santos, las Criaturas Marinas de aquel mundo atendieron a razones comerciales. Nuestra nave estelar está preparada para cualquier condición ambiental, y no es que quiera presumir, bien lo sabes… pero es lo más caro y avanzado del mercado Solar. En aquel año luz, nos sumergimos en los océanos en busca del “Pueblo Nómada”. A decir verdad, aún me impresiona el recuerdo de la titánica tortuga marina con el arrecife arraigado en el caparazón, hábitat natural de dicha especie. Recorrimos la urbe sumergida entre el intenso tráfico de cetáceos del transporte público de humanoides acuáticos, u otros particulares a lomos de enormes caballitos de mar, grandes peces multicolores o veloces mamíferos marinos, hasta que llegamos al lugar indicado del Mapa, la descomunal caracola escondida en las edificaciones del coral rojo. Atracamos la nave en lugar seguro y vestidos los tarjes de buzo, anduvimos las calles de caparazón verdoso camino de la Taberna. Después de pasar por la cámara de descompresión del establecimiento anfibio, nos quitamos las escafandras y ocupamos una mesa libre que alumbraba la pecera de la medusa eléctrica. En el acuario del escenario cantaba una hermosa ondina, cuyos largos cabellos pelirrojos cubrían los senos. Durante la espera a ser atendidos por la camarera con tentáculos que tomaba nota a la peculiar clientela, pude observar que el local estaba construido con la madera de barcos hundidos y adornado con los objetos de éstos. Terribles dentaduras de depredadores marinos o tesoros, también ¡Te acuerdas! Nuestro contacto resultó ser el dueño, el humanoide con cabeza de tiburón que además de la barra se encargaba del mercado de contrabando. Así, sólo negociamos, nada de violencia. El collar, por una de mis preciadas frutas escarchadas que se decidió a elegir de entre los productos de mi mochila metálica.


Tres minutos para…” -resonaba.


-La colorida ave, cuyo cántico es capaz de sanar cualquier enfermedad -brindó de nuevo enfrente de la gran pajarera que ocupa el hueco. Juan, repentinamente interrumpía el trago y dejaba la boquilla en sus labios. Con la mirada perdida, apoyaba la espalda en los barrotes metálicos y al compás del aleteo del pájaro espantado se deslizó hasta que se sentó en el suelo- ¡Sanar…! -repetía una y otra vez.


Dos minutos… “


-¿Tanto tiempo ha pasado? Sí -susurraba-. Tenía dieciocho años cuando conocí a Carmen, mi verdadero amor -se perfiló una leve sonrisa en la comisura de los labios, partidos por una cicatriz- Me había independizado en un piso de alquiler, próximo a la panadería en la que ella trabajaba ¡Por Dios que fue un flechazo! -el semblante se tornó serio, apretando las mandíbulas, fruncía el ceño- ¡Y el mismo Dios me la arrebató! -lanzó la botella contra la pared y se hizo añicos- ¡Maldito! -sollozaba- ¡No! Fue la metástasis que la devoró por dentro. Aquel otoño del año 2099, con lo puesto y las pertenencias en la mochila, marché al aeropuerto espacial de Madrid y gasté mis ahorros en un pasaje al Enclave Saturno, la única colonia humana al borde del Sistema Solar.


Un siseo interrumpía sus pensamientos. Dejó de frotar la alianza enganchada en la cadena que lleva al cuello y la guardó dentro del uniforme.


-¡Ah, Berta! -golpeaba el contenedor a la altura del hombro- La culebrilla de tres cabezas, originaria del planeta Desertia, con sus tres Soles, y por cuyas escamas violetas la industria del microprocesador pagará autenticas fortunas. Fue un peregrinaje abrasador por el interminable desierto a lomos de cuadrúpedos con tres jorobas -alzaba de nuevo la voz-, rastreando ésta especie, casi extinguida. Es curioso que la misma tormenta de arena que casi nos entierra vivos, también descubriera el antiquísimo templo con el nido dentro.


Juan se puso en pie y salió de la cámara acorazada.


-Un minuto para desconectar el motor principal y abandonar velocidad Luz -dijo María ocupando el asiento del piloto a los mandos holográficos y sistemas de navegación, cuando su compañero entró al puente de mando- He anulado la protección de la cabina -proseguía- ¡Fíjate que maravilla! -por un instante, ambos permanecieron absortos en los destellos e intensos colores del túnel de gusano en el que viajaban- ¡Tres, dos, uno y…! -las estrellas se detuvieron alrededor con el zumbido ahogado del motor, avistando entonces los anillos de asteroides de Saturno.


-¡Hay que celebrarlo! -exclamó Juan, al mismo tiempo que la abrazó con fuerza y la levantó del sitio.


Aquella noche hubo para los amantes cena especial con vino de la mejor cosecha. Música romántica y velas repartidas por el habitáculo de matrimonio. Después de comerse a besos y amarse al amparo de las nebulosas estrelladas, Morfeo se hizo cargo de ellos.


-Por fin llevaremos una vida tranquila -elucubraba María a altas horas de la madrugada, inmersa en la oscuridad del compartimento estanco, donde guardaban los trajes y demás material espacial. Sujetada por anclajes en brazos y piernas, la gruesa maguera conectada a su espalda la mantenía rígida, suministrando la energía eléctrica necesaria para recargar la batería del corazón de Cyborg- Las coloridas luces de la colonia humana del asteroide, hacen del espacio infinito un lugar más acogedor -susurraba, mirando por la ventanilla- ¿Eh? ¡Ordenador de a bordo, sí, acepto el mensaje del Enclave Saturno! ¿Cómo…?


María comenzó a retorcerse en el sitio y llorar. Los ojos se volvieron rojos y brillantes, arrancando las sujeciones de cuajo, se incorporó…


-¡Ordenador! Pon rumbo al puente de atraque del Enclave, inmediatamente -masculló, mientras caminaba el oscuro pasillo con la maguera eléctrica aún conectada…


-¡Sea bienvenida al Enclave Saturno! -reverenció gentilmente el comerciante del puesto, frotándose las manos al observar todos los contenedores magnéticos que seguían a la mujer cyborg.


-He recorrido las calles de casa talladas en la roca de este Asteroide y a pesar de llevar puesta la armadura militar y fusil de combate en mano, tuve que disparar al aire para ahuyentar a los delincuentes… Alguna pierna, quizás, a los más persistentes.


-¡Chiquillos! -excusaba el comerciante del puesto.


-Es un lugar horrible.


-¿Cantinas y burdeles? ¡Alegría incontenida! -replicó el hombrecillo.


-Pero en una cosa tienes razón, Juan, cariño, encuentras de todo.


-Disculpe señorita ¿con quién habla?


-¡Al grano! -interrumpió y dejó el arma automática encima del mostrador- Haga la transferencia de los créditos a ésta nueva cuenta. Anule el pedido de la nueva muñeca robótica, a nombre de Juan, y de regalo, tenga todos los órganos humanos de las cámaras frigoríficas… Yo, sólo me quedaré el corazón.


 




Fernando Cañadas Mora viaja en el tiempo y en el espacio gracias al autobús de transporte público que conduce. Le hubiera gustado nacer en otra época y ser tripulante de la nave espacial USS Enterprise, pero lo compensa con creces su familia y amigos. Disfruta del presente y le gusta imaginar el futuro, siempre que sus obligaciones lo permiten.






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