lunes, 26 de enero de 2015

"Que se siente" por Rodrigo S. Olivenza



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Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.


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Que se siente


Rodrigo S. Olivenza



Female Warrior Scene por Frost7 en Deviantart.com. Licencia Creative Commons

Female Warrior Scene por Frost7 en Deviantart.com. Licencia Creative Commons 



Que se siente. Que se siente. ¡Por Dios!


La amazona pasa de largo y se pierde por el estrello pasillo del vagón. Suspiro melancólico. Nunca había conocido a una de las mujeres genéticamente alteradas de Nueva Suecia. Hubiera sido divertido. Hubiera.


Un escalofrío me recorre, no por la sueca, ya olvidada y en el fondo de mi mente, sino por la corriente de aire frío que entra por la parte central del vagón, todavía abierta a los pasajeros que suben por el estrecho anden de la estación de Kandor 20, en el norte helado de Kandor.


¡Qué cojones hacemos aquí!


Ya te digo, esto es el puto culo del universo.


Un par de hombres de negocios, con traje adaptado y un abrigo de calor reducido de última generación se sientan en la fila que se sitúa justo delante de mi asiento. Abren sus burbujas holográficas y se envuelven en un halo de privacidad. Todo en diez segundos.


Su sonido se desvanece, dejando en el eco la última frase de uno de los dos antes de que el halo se cerrase


No sé por qué, pero a mí todo el mundo me quiere.


Resoplo, sonriendo amargamente mientras conecto con un giro de muñeca mi reproductor de música, de momento tan solo en formato auditivo. Saco una manta de mi mochila y me tapo con ella. Los pasajeros siguen entrando y el frío se instala en el vagón lenta pero inexorablemente.


En el clímax de una obra en Si bemol Mayor noto como alguien me da un leve golpe en el hombro. Me giro extrañado. Y vaya giro. Uno de los mejores de mi vida.


Es ella, la amazona. Inmensa, casi dos metros por lo menos. Abrigada con un traje de combate ajustado, botas de camuflaje y un abrigo mimético. Lleva una espada envainada en una mano y con la otra me hace gestos hacia mis oídos.


Ay Dios.


¡Hola! Perdona, estaba con la música. — Le respondo sonriendo a sus gestos.


Ah, no pasa nada, pero…es que este es mi sitio. — Dice sonriendo, ¡sonriendo!, y señalando al asiento al lado del mío, el cual se encuentra prácticamente ocupado por mi manta.


— ¡Sí, sí! La quito ahora mismo. — Replico mientras recojo la manta y la aparto de su asiento, liberándolo para ella.


— Gracias. — Su frialdad parte mi sonrisa. Se sienta, cruza las piernas, encaja la espada en el reposa objetos de la parte trasera del asiento delantero y se recuesta en su propio asiento, ocupando la práctica totalidad del mismo.


Mi frase ingeniosa, ocurrente, mordaz y extremadamente divertida muere en mis labios. La novosueca suspira y con la mano izquierda se hace sonar los huesos de los nudillos y de los dedos de la mano derecha. Uno a uno. Y mientras mira al techo con gesto hastiado.


Puede que, en ocasiones falle estrepitosamente en mis juicios de valor, pero ahora estaba seguro de que acertaba. Mejor callado.


Miro por la ventana, sin ni siquiera dirigirle la mirada hasta que, una vez que todos los pasajeros han entrado en el tren, este se pone en funcionamiento, cada vez más rápido, elevándose hasta una altura de setenta metros y circulando a una velocidad indecente por las vías aéreas. Mejor no sentarse en la ventana si uno tiene vértigo. Pienso mientras me giro hacia mi compañera de viaje, en un vistazo rápido, de refilón y mi expresión facial cambia por completo.


Enarco una ceja y sonrío. La novosueca ha sacado, vete tú a saber de dónde, un pequeño libro. Está escribiendo en el mismo y por sus gruñidos, gestos negativos con la cabeza y borrones en el papel puedo ver que no está consiguiendo su objetivo.


Eso no es así.


Su cabeza se vuelve de golpe. Sus ojos incandescentes y llenos de rechazo. De hecho, incluso yo me miro a mí mismo. O lo haría si pudiera. ¿Qué ha sido eso? Las palabras han surgido, automáticamente, de mi boca sin yo quererlo.


¿Perdona? — Me pregunta, su tono acerado.


Lo que buscas es la base de toda composición. — Hago una pausa mientras, asombrada, intercala miradas hacia su papel y hacia mí — ¿Sabes cuál es la tonalidad base? — Añado suavemente. Juguetón.


Claro, es Do Mayor. — Me responde, dubitativa, su elemento gráfico apenas a un par de centímetros del papel.


Pues pon un Do ahí, — le señalo con el dedo, rozando el papel rugoso de la novosueca. — y a partir de ahí cambia la tonalidad y mete…alteraciones accidentales. Con un par bastará.


Parece no darse cuenta de mis palabras, pero tras mirarme asiente y comienza a rehacer el papel, el cual, al cabo de unos instantes luce mucho, mucho mejor. Con un franco asombro levanta la mirada del papel, me mira y, esta vez sí, sonriendo, me pregunta, señalando vagamente por la ventana, dando a entender que estamos en los confines de la Galaxia colonizada.


¿Cómo sabes eso?


Muy fácil. — Le sonrío. Satisfecho. — Soy músico.


Guiño un ojo. Concluyo.


Y la música une.



Rodrigo S. Olivenza es un joven autor español. Ha publicado en revistas como Valinor y miNatura. Este es su primer relato para Cosmocápsula.





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Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.



"Que se siente" por Rodrigo S. Olivenza

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